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lunes, 4 de agosto de 2008

Peggy Sue se pasó


Peggy se había pasado todo el invierno ahorrando libra a libra lo que ganaba trabajando en la triste administración del almacén situado a las afueras de Manchester. Con ello conseguiría pasar sus cortas vacaciones en la isla soñada.

Todos los sábados conectaba con la BBC donde podía escuchar a sus DJ favoritos, interrumpidos por cortos informativos donde se daba cuenta de los efectos causados por la crisis económica mundial. Pero a ella le daba igual si en África podían comer o no, incluso le importaba muy poco si la empresa que le pagaba tenia previsto el despido de una gran parte de la plantilla después del verano. Sólo quería escuchar a Pete Tong y Judje Jules que ya hacia algunas semanas emitían en directo desde los clubes deseados. Le fascinaban las músicas repetitivas que bailaba sin cesar en su habitación, y escuchaba con envidia los gritos de los clubbers que parecían extasiados y se oían rugientes bajo los comentarios de los pinchadiscos.

Por fin su sueño se había cumplido. Había contratado un vuelo barato con una agencia que movía sólo a jóvenes británicos a la isla. Y alquilado un apartamento en un pueblo llamado San Antonio que no le habían dicho nunca que fuera una colonia británica, junto a tres compañeras de trabajo con las que no había cruzado más de dos palabras antes del viaje.

Hoy era el día señalado. Había escuchado que David Getta era el mejor DJ del momento y la fiesta "Fóllame soy famoso" la más glamourosa de todas. Nadie faltaría a la cita que mereciera estar en este mundo. Además se celebraba en la discoteca Pacha que resultaba ser el Nirvana para cualquier clubber del mundo.

Así que ese señalado 31 de Julio se levanto lo más temprano que pudo. La noche anterior había agarrado por los pelos en una pelea en el centro de bares del pueblo conquistado, a una de sus compañeras sin poder recordar muy bien el motivo. Había bebido infinidad de chupitos de alcohol barato que le invitaban por todos lados. Mas la sensación matutina de confusión y dolor no le iban a impedir conseguir la ansiada entrada al Pacha esa noche. Sabía que el cambio de Libras por Euros había descuadrado todo su presupuesto, sólo había comido dos bocadillos de patatas fritas en los tres días que llevaba deambulando por el pueblo para compensar lo que calculaba iba a ser el costo del acto más importante de su vida. 70 de la entrada, más 30 de taxi y 10 de la pill que compraría a cualquier chico de las esquinas.

Un antipático "black-hair" le pidió 70 en el primer sitio donde entró a comprar el ticket, estaba segura que lo conseguiría más barato, de ello dependía el poder beber una botella de agua esa noche. Así que inicio un deambular por los mil y un garitos donde vendían los cotizados pases. Ninguno bajaba de ese precio, más aún, en todos los lugares estaban agotados. Así que en compañía de un terrible dolor de cabeza debido a la resaca, decidió volver al lugar donde preguntó primero. No le importaba lo desagradable e imbécil que fuera el español que lo atendía. Pero al llegar la sorpresa fue el encontrarse con una media sonrisa del dependiente que le comunicaba un "te lo dije... antes me quedaban pocos y ahora ninguno..."

No pudo pensar con claridad. No tenía dinero suficiente para pagar el precio normal de la puerta, en el hipotético supuesto que encontrara alguna entrada. No podía volver al invierno de su ciudad natal sin haber tenido la experiencia mágica que le hiciera sobrellevar su monótona vida. Intentó buscar una solución pero no la encontraba. No podía soportarlo. Su ánimo se vino abajo. Así que se fue hasta el africano que vendía gafas de sol en el paseo de las palmeras y cambio todo su dinero por algunas pastillas de colores y dibujitos incrustados. Se las tragó todas de una tacada. Su fiesta no podía esperar a la noche, la tendría ahora mismo. Empezó a ponerse nerviosa y a sentirse cada vez peor y cada vez más nerviosa y cada vez peor. De repente tuvo un momento de claridad y se dio cuenta de que su vida estaba en peligro, también se acordó del motivo de la pelea con su compañera de apartamento la noche anterior y fue corriendo hasta la habitación. Revolvió todo su equipaje. Encontró el bote de Valium y tomó la pastilla negada ayer. Y tragó y luego otra y otra... mientras caminaba como en sueños. Recorrió el desierto espigón que cerraba el puerto. Pocos podían soportar el sol que caía a plomo. Llegó al final y al lado del faro rojo dejó caer al mar el frasco vacío. Pasó un barco lleno de turistas cantando y bailando, pero eso ya no le importaba. Se sentó en las piedras. Nunca había sentido tanta paz. Cerro los ojos y dejó que poco a poco el calor del mediodía encendiera la hoguera que llevaba dentro.

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